Los jóvenes que hacen su experiencia vocacional en la Academia Montecarmelo de los Heraldos del Evangelio, aunque no profesan votos y se mantienen en el estado laico, procuran practicar en toda su pureza fascinante los consejos evangélicos. Guardan el celibato y viven normalmente en comunidad, en un ambiente de caridad fraterna y disciplina. Se fomenta una intensa vida de oración y estudio, siguiendo la sabia directriz del Papa Juan Pablo II: “La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión” (Christifidelis Laici, 58). Esta vida comunitaria está disciplinada por un “Ordo de Costumbres”, una compilación de reglas que con el paso del tiempo se ha ido estableciendo voluntariamente entre los Heraldos del Evangelio. Reglamenta, según el carisma de la institución, todos los actos de la vida cotidiana de sus miembros, desde el modo de proceder consigo mismo en la intimidad, pasando por las relaciones entre los hermanos, en público y, sobre todo, en los actos más solemnes del día en que se reunen para rezar, cantar el Oficio o participar en la Liturgia.

Comunión de los niños: el factor de grandes gracias del Cielo



“Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos ”. Parece haber sido una de las frases evangélicas que podrían caracterizar el pontificado de San Pío X, cuya fiesta es celebrada por la Iglesia el 21 de agosto. Su pontificado se distinguió por actitudes valientes. Entre ellas se destaca su fomento de la comunión temprana y frecuente.

La Iglesia conmemora el día 21 de agosto la fiesta litúrgica de San Pío X. Sin duda, ¡un gran Papa!

Los frutos de las medidas adoptadas en su pontificado generaron más que simples cambios. Ellos fueron un verdadero renacer de gracias, de incremento de la Fe y deseo de santidad en todo el mundo.

Su acción evangelizadora sirvió de incentivo para que miles de ovejas del rebaño de Cristo pasasen por verdaderas transformaciones espirituales, independiente de su edad.

Pero nunca está de más recordar que San Pío X dedicó a los niños gran atención en su esfuerzo pastoral.

Fue él quien, el 8 de agosto de 1910 mandó publicar el Decreto Quam Singulari, por el cual quedó establecido que, a partir de los siete años, ya podría ser suministrada la Primera Comunión a los niños.

A propósito de la comunión anticipada, fruto del decreto de San Pío X, el Papa Juan Pablo II afirmaba que era “una decisión pastoral que merece ser recordada y elogiada. Ella provocó muchos frutos de santidad y de apostolado entre los niños, favoreciendo el surgimiento de vocaciones sacerdotales".

La costumbre de la comunión en la temprana edad es antigua y siempre atrajo para la Iglesia grandes gracias del Cielo.

No se puede olvidar, que en el inicio de la Iglesia, la Sagrada Eucaristía era suministrada a los recién nacidos bajo la especie del vino. Algunas gotas colocadas en la lengua del niño ya eran suficientes para que la primera comunión fuese realizada inmediatamente después del bautismo.

En nuestros días es importante que padres y sacerdotes animen a los niños que alcanzaron el uso de la razón, a prepararse convenientemente para recibir, cuanto antes, el cuerpo y sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

El decreto de San Pío X, que recientemente cumplió cien años, camina en el sentido de que cuanto más joven, mejor es comulgar, más digna será la acogida a Cristo sacramentado.

Una vez que la mente del niño alcanza la edad en que empieza a pensar – hoy en día ese momento parece haber llegado antes – su alma ya está abierta y disponible para acoger la luz divina que le hace penetrar, hasta donde es posible, el misterio del amor de Dios para con el hombre.

Antes de esta medida promulgada por San Pío X, los católicos hacían su Primera Comunión solamente en su infancia o adolescencia tardía, después que muchos pecados mortales ya habían sido cometidos. Lo que evidentemente daba al demonio un poder especial sobre esas almas.

Por esta razón muchos abandonaron la fe católica antes de recibir la Primera Comunión, convirtiéndose entonces, en presas fáciles para Satanás y sus secuaces.

Lo contrario sucede con el niño que recibe la Primera Comunión, estando todavía en su primer estado de inocencia y todavía con la posibilidad de hacer comuniones frecuentes. Nuestro Señor establece en estas almas, un poder especial y por consiguiente, disminuye en ellas el poder maligno.

Que esta santa costumbre sea cada día más apreciada y seguida.

Vea también: "San Pio X"

La misión de los Heraldos del Evangelio

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