Los jóvenes que hacen su experiencia vocacional en la Academia Montecarmelo de los Heraldos del Evangelio, aunque no profesan votos y se mantienen en el estado laico, procuran practicar en toda su pureza fascinante los consejos evangélicos. Guardan el celibato y viven normalmente en comunidad, en un ambiente de caridad fraterna y disciplina. Se fomenta una intensa vida de oración y estudio, siguiendo la sabia directriz del Papa Juan Pablo II: “La formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión” (Christifidelis Laici, 58). Esta vida comunitaria está disciplinada por un “Ordo de Costumbres”, una compilación de reglas que con el paso del tiempo se ha ido estableciendo voluntariamente entre los Heraldos del Evangelio. Reglamenta, según el carisma de la institución, todos los actos de la vida cotidiana de sus miembros, desde el modo de proceder consigo mismo en la intimidad, pasando por las relaciones entre los hermanos, en público y, sobre todo, en los actos más solemnes del día en que se reunen para rezar, cantar el Oficio o participar en la Liturgia.

Nuestra Señora de Fátima

Fue el día 13 de mayo de 1917 que los tres pastorcitos – Lucia, Francisco y Jacinta – vieron por primera vez a Nuestra Señora en Cova de Iria, en Fátima, Portugal. La Santísima Virgen aparecería a ellos cinco veces consecutivas, casi siempre el día 13 del mes, hasta octubre de aquel año. 

 El mundo estaba sumergido en las incertezas y en el sufrimiento de la Primera Guerra Mundial, que todavía se complicaría al poco tiempo con la irrupción de la llamada gripe española y, mucho peor, con la victoria de la revolución comunista en Rusia. 

 Al mismo tiempo, la sociedad aceleraba su caída en la rampa de la crisis de la fe y de la moral hasta llegar al punto en que nos encontramos hoy. Nuestra Señora venía a traer palabras de esperanza, un llamado a la conversión y oración por la conversión de los pecadores. Sobretodo, venía a hacer la promesa de una gran victoria: 

 "Por fin, Mí Inmaculado Corazón triunfará!”. 

 El fallecimiento de la Hermana Lucia en 2005, poco antes de la del Papa Juan Pablo II, nos recordó vivamente las apariciones de Fátima. Hasta el fin de su vida, a los 98 años, ella fue un testimonio vivo, y recordaba al mundo las palabras de la Santísima Virgen. Él, el Papa que más se mostró vinculado a Nuestra Señora de Fátima, y que todavía nos recordaba el 13 de mayo de 1982: “La invitación evangélica a la penitencia y a la conversión, expresada con las palabras de nuestra Madre, siguen siendo actuales (...) Incluso hoy, es más urgente!”


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La misión de los Heraldos del Evangelio

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