
Después de una esmerada preparación en la casa de formación de los Heraldos del Evangelio, estaban aptos para recibir a Jesús Eucarístico por primera vez. Los jóvenes colocaron en práctica las palabras del Divino Redentor: “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el último día.” (Jn 6,54)